MI LIBRO "HISTORIAS DE BARRIO Y HOJAS SUELTAS"


HISTORIAS DE BARRIO Y HOJAS SUELTAS - Kizoa Movie Maker

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martes, 31 de enero de 2012

EMBAUCADOR

Ya nada puede ser como antes
desde que he descubierto como piensas.
Yo que te he sentido muy superior,
que te he considerado un ser excepcional,
ahora sé que siempre me has mentido
y lo peor… es que ni siquiera sientes vergüenza.
¡Cuantas tardes te esperé ansiosa por oírte!
Sin embargo, ahora no quiero ni verte,
ni que me regales los oídos.
Los aduladores sois todos iguales
embaucadores y mendigos,
porque también pedís halagos
para sentiros centro del laberinto;
os perdéis en las mentiras,
tantas… como las estrellas en el infinito
y yo me libero aliviada…
dejando de ser una encrucijada
para convertirme en lo que siempre he sido.
 
Rosi Estorach

sábado, 14 de enero de 2012

"HISTORIAS DE BARRIO" Pequeños relatos de un barrio ficticio narrados en primera persona, de principio a final, sobre personajes anónimos que muy bien pueden existir en la realidad.


HISTORIAS DE BARRIO son historias fruto de mi imaginación, nada que ver con mi vida personal y toda semejanza con la vida de otras personas solo es mera coincidencia.
...y comienza una nueva historia...

Quizás un día…
Quizás ese día… las palomas surquen el Cielo…
Quizás ese día… la luz traspase mi ventana…
Quizás ese día… las sabanas aleteen despidiendo el olor a colada…
Quizás ese día… estemos tú y yo saboreando una taza de café, a la vez que intercambiamos una agradable conversación…
I - Quizás un día...
Bueno, quizás algún día la vida me permita vivir como siempre he querido, no importa el tiempo que haya que esperar, simplemente hay que esperar a que llegue y entonces… y entonces… aún estoy pensando qué haré…

II - Quizás un día Clotilde…
Aunque pensándolo bien… si sigo esperando puede pasarme como a Clotilde, si, si ¿no saben de quien hablo? Bueno, pues es una señora que estaba segura de su “bien vivir” y mira por donde… me hallaba comprando la prensa, otra cosa que jamás he comprendido, si yo la leo en Internet… ¿por qué narices me gasto las perras en el kiosco? Pero claro, si no voy a ese kiosco no veo al kiosquero ¡madre mía! está como un tren, solo verle me sube tanto la moral que soy capaz de limpiarme el piso en un periquete; pero bueno, a lo que vamos, ya que eso es otra historia, decía… que mientras ojeaba la prensa me topé con el marido de Clotilde, pero eso no era una novedad, la novedad era que le estaba metiendo mano, con gran descaro, a una chica que bien podría ser su hija y que al volver a casa, estando yo delante, le preguntó su mujer – ¿Me trajiste lo que te encargué? - ¿Me encargaste? – contestó él con cara de alelado – Sí, sí, no me digas que se te ha olvidado y llevo esperando toda la tarde…
Pobre Clotilde, decía que había esperado toda la tarde… ¡que había esperado toda la tarde! ¿Se imaginan ustedes? Pero… ¿qué puede esperar ya una mujer de un hombre que no ha dudado en cambiar la Maja de Myrurgia por Carolina Herrera?... y aún hoy sigue esperando a que quizás un día…
III – Quizás un día Gertrudis…
Ay Señor, Señor… es increíble, pero aún es más increíble el caso de Gertrudis.
Verán, les cuento: Desde adolescente se dedicó al mundo del arte dramático, esperaba entrar en una importante compañía de teatro… o quizás hacer una película y entre sueño y sueño permanecía esperando, no así los chicos que pasaban por su lado, la seguían por su escultural figura, pero apenas le veían la cara… salían corriendo sin volver la cabeza; la llamaban la gamba porque según ellos quitándole la cabeza todo era bueno.
Ja ja lo de “bueno” me recuerda... un piropo que me echó el señor del kiosco antes de… bueno, bueno, no me voy a enrollar con cosas mías, ya habrá tiempo para contarles esa historia. Les decía que Gertrudis había llevado más o menos media vida esperando la gran oportunidad, hasta que un día se presentó.
 Mira por donde su físico encajaba perfectamente en el patrón de las chicas de Almodóvar, y entró en el reparto de “HABLE CON ELLA” con Rosario Flores y figúrense, la espera de todos los familiares y amigos fue interminable para poderla ver.
Al fin llegó el estreno y todos ilusionados nos dispusimos a esperar la escena en la que ella aparecía, para sorpresa nuestra solo duró décimas de segundo y ni siquiera la vimos, fue visto y no visto, pero ella aún... sigue esperando, pensando que quizás un día...
IV – Quizás un día Anacleta…
Sí, como les decía en mi anterior capítulo, quizás un día Gertrudis tenga suerte, más suerte que la protagonista de mi siguiente historia.
Anacleta es una señora que vive en mi barrio, dicen que de pequeña era muy inquieta y no paraba de brincar todo el día, sus padres estaban desesperados, decían que era hiperactiva y claro, no había manera de controlarla.
Un día cayó desde lo alto de una muralla con tan mala fortuna que se cogió el brazo izquierdo debajo de su cuerpo, al dolor tan tremendo la llevaron al médico de cabecera ya que el hospital quedaba a cuarenta kilómetros, el médico la colocó tras la pantalla de rayos x, que era lo que por esa época existía y sin dejar de tirar del brazo de la chiquilla para situarla bien. ¡Ja! Eso dijo el señor del kiosco… “situarla bien es la esencia del todo” bueno… bueno… no se me alteren que situar…. Ja ja se sitúan muchas cosas… ya, ya hablaremos de esta situación tan peculiar, ahora… ¿por dónde íbamos? ah sí, la nena no paraba de llorar cada vez que le tocaba el brazo, al final el médico se dirigió al padre y le dijo: “El brazo está roto, hay que escayolarlo” “pero… ¿cómo? ¿Vd. ha visto roto el brazo de mi hija?” – “Por supuesto – contestó el médico” – “Pero… ¿qué dice? Si Vd. le ha mirado el brazo derecho y el que se ha dañado es el izquierdo” – “¡Oiga! aquí el médico soy yo, y si digo que tiene el brazo derecho roto pues lo tiene roto” – Así que le escayolaron el brazo derecho y aún hoy, treinta años después, está esperando que le curen el izquierdo que se le quedó vuelto hacia detrás; ella piensa con esperanza que la cirugía hace milagros y quizás un día…
V – Quizás un día Dorotea…
A menudo me pregunto:
¿Dónde está la libertad de pensamiento?
¿Dónde el poder de la palabra?
¿Dónde acaban los recuerdos?
¿Dónde comienza y donde termina el hilo del silencio?
¿En qué momento la existencia deja de serlo?
Todas estas preguntas se las hacía Dorotea cada día camino de su trabajo, su mirada siempre fija en los zapatos como si el mundo que la rodeaba no existiera, sin embargo, el mundo a ella la veía como una burbuja de jabón a la que no se toca por temor a que explote, bueno, todo el mundo a excepción del señor del kiosco, si, ese del que ya os he hablado en mis anteriores capítulos… él no se andaba con remilgos ni boberías y siempre decía que al pan pan y al vino vino y que es mejor atacar por derecho que cavilar toda la vida… pero en fin, esa era su opinión, la de Dorotea era la de la noria, siempre dando vueltas y esperando esas respuestas que quizás un día…

VI – Quizás un día Hermenegilda…
Lo que le ocurría a Dorotea era más o menos lo que le ocurría a Hermenegilda, solo que ésta aprendió a evadirse de otro modo, Hermenegilda trataba de eludir sus problemas ante la pantalla del ordenador. Un día probó y encontró gente que no eran de su entorno y eso la hizo imaginar un nuevo mundo, pronto conoció a alguien en quien confió ciegamente, su ingenuidad no le permitía dudar de aquella persona y con toda la sencillez de la que era capaz depositó en él, porque era un hombre, toda su vida privada.
Hermenegilda se sentía feliz, su vida aún siendo la misma la veía de otro modo, ya que al otro lado de la pantalla había una persona que se interesaba por ella, que le preguntaba cada día como estaba y la oía cuando se sentía deprimida.
Todos en el barrio sabíamos de su enganche pero eso a ella no le importaba, caminaba como en una nube y cuando salía del trabajo corría hasta su casa sin pasar por el puesto de periódicos, el kiosquero fue el primero en darse cuenta, ya que antes de todo esto… solía pasar ciertos ratillos con ella… y claro, como que andaba un poco celoso hasta que decidió atacar para saber que le estaba ocurriendo y claro que atacó, y de qué manera… cada vez que lo recuerdo… ¡Ummm! Se me pone la carne de gallina, pero no desesperen, ya, ya les contaré… sigamos con Hermenegilda…
Ella siguió con su amistad virtual pero además conoció a otras mujeres con las que compartía charlas de todos los tipos y mira por donde… en una ocasión, una de esas amigas, le contó todo lo que sabía de ella y que a su vez lo supo por ese amigo tan confidencial que en cierta manera le había inyectado milagrosas dosis de vida.
Hermenegilda se sintió tan mal… que decidió no contactar más con él, mientras tanto esperaba una llamada suya en la que le pidiese perdón, imaginó que volvía a ella, que seguían como si nada hubiese pasado y todavía aún sigue esperando y quizás un día…
VII – Quizás un día Ambrosia…
Ambrosia es diferente, es una persona que aún conserva ese porte de distinción que difícilmente pasa desapercibido a pesar de la huella que ha dejado el paso del tiempo en su piel.
Solo hace unos años que vive en el barrio, eso, además de que es una persona sumamente discreta dificulta conocerla personalmente, es decir, solo he podido averiguar como buena cotilla que… anteriormente vivía en el campo con su marido, como ejemplar campesina le ayudaba en todos los quehaceres cotidianos y ocurrió que un día teniendo él que marchar al Pueblo la dejó encargada de apagar el motor de riego a las ocho de la mañana, Ambrosia que dormía cuando recibió la orden despertó sobresaltada y mirando el reloj recordó la advertencia de su marido - ¡No olvides apagarlo puntualmente!- era tarde, la luz que entraba por la ventana así se lo demostraba y envolviéndose en una vaporosa bata que tenía al alcance de la mano, salió corriendo de la casa dirigiéndose a la casilla del motor que quedaba al otro lado del carril, camino transitado a esas horas por los trabajadores de la zona.
Una vez en la ajustada casilla en uno de sus giros su bata fue succionada por la turbina del motor, comenzó a forcejear inútilmente para soltarse ya que la tela comenzó a enrollarse formando una espiral que la atrajo hasta el punto de atraparla, viendo el peligro comenzó a tirar con todas sus fuerzas hasta que la tela fue arrancada de su cuerpo a la vez que ella caía sobre las herramientas de labranza provocándole múltiples heridas. Se levantó aterrorizada, temblando por el miedo que acababa de pasar y llorando desconsoladamente se miró y fue entonces cuando comenzó para ella lo que sería su verdadera pesadilla.
No tenía nada para cubrir su cuerpo ya que la turbina se había engullido la bata y tal como estaba, completamente desnuda, salió al carril ocultándose como podía para así poder llegar a casa, pero cuál fue su sorpresa cuando de pronto topó con el todo terreno de su marido que al verla salió como los locos gritando: - ¡Quién te ha violado! ¡Lo mato! ¡Dime quien ha sido! – por más que ella le contó lo que le había pasado… jamás la creyó, es más, siempre pensó que fue ella quien provocó el incidente y que por ese motivo le mintió.
A partir de ese momento Ambrosia solo vive por vivir, su semblante es triste y es muy poco comunicativa, dice el kiosquero que hubiese sido más acertado desaparecer sin dejar rastro, pero ella ha preferido esperar y quién sabe, quizás un día…

VIII – Quizás un día Gervasia…
Estoy un poco cansada de observar las vidas de los demás, no sé, pero creo que el papel de cotilla no me va muy bien, más bien sufro con las penas ajenas.
Ahora, cuando estamos a unos días de la Navidad me pregunto ¿Cuántas personas pasarán la Noche Buena bajo unos cartones? Nos tiramos todo el año tragándonos las miserias de los famosos a través de la televisión y en estas fechas nos tragamos las miserias humanas… y digo yo ¿no sería más lógico que el dinero que pagan a todos esos personajes por contar sus aventuras o desventuras, que a fin de cuentas a nadie interesa, lo gastaran en solucionar el desamparo de los sin techo? Pero… ¡bah! resulta más explosivo una subasta que justifique el lucimiento de aquel u otro modelo y aquella u otra joya mientras se vive una falsa que me lleva a recordar la película Placido de Luís García Berlanga, en la que unas señoras se inventan la campaña navideña de “CENE CON UN POBRE”
Asomada a la ventana después de media noche, doy rienda suelta a mis pensamientos, el aire es helado pero a mí me resulta relajante ver las luces que adornan el barrio y que iluminan cada portal que encierra su propia historia, a saber qué historias… el kiosco permanece cerrado, hace días que no es centro de tertulia, puede que sea porque el kiosquero tampoco soporta la hipocresía humana.

Después de permanecer largo rato disfrutando del silencio del barrio, una voz al fondo llama mi atención, parece la voz de Gervasia, trato de agudizar el oído y por momentos la voz es más agitada. Comienzo a ponerme nerviosa, no sé si será una nueva discusión con su hijo, un joven de 17 años que la acosa diariamente exigiéndole dinero cuando la pobre solo tiene escasamente para subsistir; nadie hace nada, los psicólogos dicen que es su forma de ser y la asistenta social que se ponga ella en manos de los psicólogos para que la enseñen a pasar del tema, la policía que recurra a la fiscalía de menores y los amigos que no lo haga porque lo encerrarían, así lleva tres años sufriendo malos tratos esperando a que quizás un día…
IX – Quizás un día Isidora…
El cielo se ha iluminado de hermosas luces, miro hacia ellas deseando perderme entre sus colores tal cual hiciera el camaleón, una forma de pasar desapercibida como otra cualquiera pero tal vez esta no sería muy común…
A veces resulta difícil escapar de las costumbres tradicionalistas sucumbiendo a la insistencia de familiares y amigos que año tras año repiten las mismas cosas y pronuncian las mismas palabras; la abuela en su silla rememorando todas las Noches Viejas vividas a lo largo de sus noventa años, el tío que se incorpora en el último momento... enumera las incidencias pasadas para poder asistir a la cena, uno tras otro cuenta su propia batallita y yo como espectador de un partido de ping-pong giro mi cabeza, con idiotizada sonrisa, de un lado a otro ocultándola de vez en cuando al poner mis labios en el borde de mi copa.
Mi pensamiento vuela lejos, solo pienso en Isidora ¿Cómo es posible que estemos aquí riendo y brindando por un nuevo año cuando a solo unos metros se halla ella? arropada en una vieja manta bajo el frío techo del kiosco y junto a su carrito repleto de las sobras recogidas en los contenedores, espera abrazada a su fiel gata de brillantes ojos, que el día que está a punto de despuntar sea generoso proporcionándole lo mínimo para poderlo pasar sin hambre, y mientras Dios la ayuda día tras día a sobrellevar su miseria ella permanece con la esperanza de que quizás un día…
X – Quizás un día Petronila…
Año nuevo, vida nueva, al menos eso es lo que todos dicen ¿no? 
El kiosquero enseguida se percató de mi presencia y me estampó dos sonoros besos, uno en cada mejilla, la verdad es que me puse nerviosa, es tan extraordinario el brillo que desprende sus verdes ojos que me hacen titubear como una colegiala ¡vergüenza me da decirlo! pero no, no piensen que esta historia va dedicada a él, no, a este señor lo dejaremos para más adelante, ya, ya habrá tiempo para hablar de él.
De quien de verdad os quiero hablar es de Dña. Petronila, sí, así la llaman todos, la verdad es que no sé cuánto tiempo lleva en el barrio, pero era yo muy niña cuando ya la conocía viviendo en el portal diecinueve. Siempre se hablaba de su pasado con cierto misterio y eso comenzó a intrigarme, pero por mucho que indagaba nadie me aportaba un dato fidedigno, siempre se apoyaban en comentarios lanzados al aire de terceras personas y a mí me picaba el morbo, no es normal ver día tras día durante no sé cuantos años a esa señora sentada en su sillita de enea tras la acristalada puerta desde donde podía divisar toda la plazoleta.
Lo extraño del caso es que todos hablaban de ella con sumo respeto, pero nadie se le acercaba ni a darle los buenos días ni las buenas noches. Un hilo invisible nos hacía a todos cómplices del silencio y ella era fiel receptora del mismo.
Y si os hablo en pasado es porque hoy, precisamente hoy… Dña. Petronila me dirigió unas palabras: - Perdona, acabo de recibir esta carta ¿podrías leérmela por favor? no sé leer y creo que es de mi hijo, está en América y llevaba tanto tiempo esperándola…- Sin contestar, cogí la carta que ella me entregaba y un nudo se hizo en mi garganta – “Bueno, mamá, no sé bien cómo decirte el motivo por el cual te escribo hoy, así que lo haré directamente. Tengo tantas cosas que decirte y tan poco tiempo que lo voy a resumir, la noticia no es muy buena, el juez ha fijado mi fecha de ejecución para el próximo 20 de Febrero. Ésta es la primera carta que escribo. Mamá, he pensado mucho cómo decírtelo, y mientras se desliza el lápiz por este trozo de papel no puedo evitar pensar que tal vez sea ésta mi última carta. No puedo hacer nada más, sólo esperar. Te quiero mamá y perdona el daño que os hice a papá y a ti, tu hijo que no te olvida, Ricardo Maldonado” – Levanté la cabeza y vi como las lágrimas rodaban por las mejillas de mi atenta oyente, con la voz casi apagada me dio las gracias y volvió a su silla de enea arrebujándose en su toquilla de ganchillo, supongo que para seguir esperando a que quizás un día…
XI - Quizás un día Filomena...
Días de rebajas… días de locura…
Las calles están más transitadas de costumbre y los comercios, donde el desorden toma el papel protagonista, se hallan atestados de gente.
Filomena estaba un poco mareada de tanto probarse ropa y justo cuando se disponía a pagar las prendas elegidas, una señora con un niño pequeño en los brazos se dirigió a ella – Hola ¿qué tal? – levantando la cabeza la miró y sonriéndole le dijo: - Qué niño más guapo – Sí eso me dicen todos ¿Vd. tiene hijos? – Sí, tengo dos pero ya son mayores - Filomena siguió con sus prendas en las manos y la señora volvió a dirigirse a ella – Perdone, pero quisiera preguntarle una cosa – Adelante- contestó. ¿Por qué le preguntáis todos al kiosquero el motivo por el que estoy aquí? yo no le hago daño a nadie, sí, sí, ya sé que Vd. es su amiga y que él le habrá contado cosas mías, este es un barrio de chismorreo…- Filomena, incapaz de comprender nada de todo aquello trató de contestarle para que le explicase que es lo que quería decirle, pero en ese momento tuvo que pasar a la caja y cuando hubo terminado al buscarla con la mirada ella había desaparecido, trató de encontrarla pero todo fue inútil.
Salió del comercio y pensativa por lo que acababa de ocurrirle tropezó con el kiosquero que le llamó la atención por lo despistada que caminaba, no pudo más y le contó lo sucedido, él le aconsejó que olvidase el tema, que la vida está llena de locos… pero Filomena sabía que aquella señora no lo estaba y decidió esperar a que ella volviese para aclarar la situación y aún hoy sigue esperando a que quizás un día…
XII - Quizás un día Ludovica…
Llevo días sin salir de casa, esta gripe me está matando. El kiosquero me ha enviado un ramo de rosas con una nota, el muy pícaro me ha arrancado una risita socarrona, no sabe que aunque me encantan, me dan alergia, las rosas digo, la nota no, esa… ummm... ¿qué están pensando? ¡no, no, no…! no me hagan reír que me da la tos, lo que ocurre es que es un señor muy atento y bueno, tampoco les voy a engañar… me gusta un montón, pero como tantas veces he dicho: “no es el tema que me ocupa” verán, me acerqué a la ventana desde la que se podía ver el kiosco, su dueño miraba hacia arriba como si estuviera esperando la respuesta a su regalo, así que le envié en agradecimiento un beso con la mano acompañado de una satisfecha sonrisa que igualmente él me devolvió.
Justo cuando cerraba la ventana vi a la Sra. Ludovica, no se la había visto por el barrio desde que murió su pareja y de eso hace ya uno o dos años.
El sufrimiento dio carta blanca a la vejez por la que resultó vencida convirtiendo su espectacular cuerpo en una encorvada figura casi perdida entre las enlutadas telas. Me vino a la memoria el chismorreo que corría de boca en boca, que si bien llevaba mucho de verdad la gente tendía a adornarlo a su gusto.
Parece ser que la Sra. Ludovica a sus diecisiete años era la chica más hermosa del barrio, lo era tanto… que cierto día un adinerado señor, casi doblándole la edad, quedó prendado de ella hasta tal punto… que sin escrúpulo alguno propuso a sus padres mejorar su situación económica a cambio de casarse con ella, los progenitores seducidos por la avaricia no dudaron en entregársela como esposa a pesar de su negativa ya que estaba muy enamorada de un chico que igualmente la correspondía. Esto supuso en aquel momento un tremendo golpe para los dos que los sumió en la desesperación.
Pasaron los años y él, sin olvidarla, también se casó y ella se acostumbró a una vida fría y sin amor hasta que un día ocurrió una terrible desgracia, su marido tuvo un tremendo accidente del que quedó disminuido psíquico, no era consciente de nada, ni conocía a nadie y lo peor de todo era que dependía totalmente de sus cuidados y eso sería hasta el fin de sus días.
Su fortuna vino a menos y ella tuvo que trabajar para poder subsistir sin dejar de cuidar a su marido. Así pasaron algunos años, demasiados decían, y por esas casualidades de la vida se volvió a encontrar con su primer amor que vivía en otra ciudad pero que por motivos de trabajo había vuelto al barrio; no pudieron ocultar la emoción y casi sin tomar precauciones se abrazaron y besaron, supieron que ya no podrían separarse y decidieron verse a escondidas. Fueron amantes a voces hasta que murió su marido tomando la determinación de vivir juntos abandonando él a su familia y formando otra con ella.
Cuentan que fue una pareja muy feliz, tanto… que cuando la enfermedad se lo llevó no hace mucho, ella se negó a aceptarlo y todas las noches le espera muy arreglada para que vuelva a recogerla y quizás un día…
XIII - Quizás un día Gaspara...
Por fin salí a la calle después de una fastidiosa gripe que me ha dejado escuálida. Respiré profundo como si quisiera oxigenar mis pulmones y encaminé mis pasos hacia el puesto de periódicos que apenas dejaba ver la prensa, el kiosco estaba invadido por regalos de San Valentín, puro romanticismo por doquier. Aparté con cierto desagrado las cajas con vistosas lazadas rojas que tapaban los periódicos, el kiosquero al percatarse de mi mal humor se me acercó muy alegre y dijo: - Vamos, sonríe, hoy es catorce de Febrero, San Valentín ¿no te dice nada este día? – Tuve que tragarme su sarcástica carcajada, le miré y no tuve más remedio que sonreír, luego se agachó hasta la caja que tenía en el suelo para erguirse al instante portando una orquídea que puso en mis manos, no supe que decir ni tampoco hizo falta, él selló mis labios con su dedo índice.
Me disponía a marcharme cuando me detuvo para hacerme una proposición, no comencemos ya a imaginar cosas raras ¿eh? lo único que me propuso es que colaborase para organizar una mini fiesta como regalo a una pareja muy querida en el barrio.

Doña Gaspara, clienta asidua y muy buena persona que goza del respeto y admiración de todo el vecindario, así que nos pusimos manos a la obra y preparamos una magnífica fiesta que jamás olvidaré, porque es difícil olvidar las lágrimas de agradecimiento, nostalgia, amor y tristeza… todo mezclado como si de un cóctel se tratase.
Sus ojos eran como dos libros en los que se podía leer la historia de dos seres marcados por el sufrimiento. Habían tenido dos hijos a los que les dieron una existencia cargada de placeres hasta que se hicieron hombres y formaron sus respectivos hogares, de eso ha pasado casi toda una vida. No les llaman, no les visitan, no les escriben, ni siquiera una felicitación de Navidad… solo saben de ellos lo que todos rumorean: “Ambos gozan de buena posición social y económica”.
Hoy, junto a su amor, ese amor que la ha visto envejecer y aún así la mira con la misma adoración que le profesaba cuando la conoció… con ese amor que le tiende su brazo para que ella se apoye… ese amor que cada noche la mima y le deposita un beso de buenas noches en la frente… hoy, junto a ese amor imaginaba que sus hijos atravesaban la puerta para abrazarlos… pero llegó la hora de retirarnos y ella quedó allí inmóvil, en la salida dando las gracias a todos y con el pensamiento puesto en el futuro musitó: - ¿Quién sabe? Quizás un día…
XIV - Quizás un día Lorenza...
Hoy me he tomado el día libre, asuntos personales, ya se sabe. Me disponía a desayunar cuando oí un murmullo de voces infantiles, abrí el balcón para saber de dónde venía y comprobé que se trataba del carnaval escolar, el carnaval de los pequeños es lo que más me gusta de esta fiesta pagana. Caminaban en parejas cogidos de las manos, los cursos se diferenciaban entre sí por el disfraz elegido, delante preescolar acompañados del pelotón de madres que caminaban junto a ellos con sus cámaras de vídeo y fotográficas, al final de la fila los mayores ya un tanto desorganizados cantando y bailando. Al pasar por el kiosco el kiosquero salió a recibirlos con una gigantesca bolsa de caramelos, costumbre habitual en él desde hace años, los chiquillos se abalanzaron a la bolsa rompiendo la ordenada fila y provocando la risa del kiosquero y de todos los que estábamos observándolos.

El timbre del teléfono sonó obligándome a abandonar tan divertida escena, era mi amiga para quedar conmigo a las diez pero una vez disfrazadas, será la primera vez que me disfrace y muy en contra de mis gustos.
Salimos puntualmente de casa y nos dirigimos al lugar de encuentro de todos los grupos que pasarían a concursar. El ambiente era sensacional, todo tipo de disfraz bien elaborado y digno de cualquier premio. Todos bailábamos, saltábamos y reíamos unos de otros cuando al final acabábamos reconociéndonos, pero hubo cierta persona que se mantuvo en silencio, anónimamente, su disfraz era magnífico, despertó el interés de todos los que allí estábamos; su cara muy sucia, cabellos desaliñados y aunque no era muy mayor su aspecto denotaba cierto cansancio, de vez en cuando esbozaba una sonrisa cuando alguno de los presentes le depositaba unas monedas en su vieja lata, cada vez eran más lo que se acercaban a admirar tan conseguido disfraz; sus guantes cortados dejaban ver unas uñas negras y descuidadas; un cartel colgado en su cuello que decía: “Me llamo Lorenza y soy sorda-muda” – todo esto hacía que nuestra curiosidad creciera tanto como las monedas de la lata.
Al final de la noche el jurado dio a conocer el ganador del primer premio, dotado con cien euros y que fue destinado a Lorenza por ir tan bien caracterizada de indigente, alguien la cogió de la mano llevándola hasta el escenario donde le hicieron entrega del premio, sus ojos brillaron intensamente, tanto… que inundó nuestras retinas y supimos que por unas horas aquella mujer que había llegado hasta nuestro barrio para probar suerte, consiguió formar parte de nuestras vidas y de nuestra gente llegando a desear con todas sus fuerzas que así pudiera ser, aunque pensándolo bien... ¡quién sabe! quizás un día…
XV - Quizás un día yo...
Lo supe desde el primer día… lo supe, esperé pero solo se oía el silbato del tren que partía desde la estación. Los días se hacen interminables y yo sigo tras los cristales esperando un milagro.
Cada día, al caer la noche repaso el transcurrir de las horas y siento que me falta algo, que el vacío y la soledad que me angustia solo se debe a tu ausencia ¡qué importan ahora las vidas de los demás! yo estoy aquí consumida por la mía sabiendo que sientes algo por mi pero que no sé si alguna vez compartiremos.

Quisiera salir a la calle pero no tengo fuerzas, si al menos estuvieras sería todo tan diferente… durante los primeros días el barrio añoró tu sonrisa, tu solidaridad, tus reflexiones y tantas cosas que te identifican... sin embargo, a todo se acostumbra el mundo aunque yo no, yo sigo tras los cristales esperándote…y quién sabe, quizás un día…
XVI – Quizás un día Bonifacia…
Hoy he descorrido las cortinas de mi salón con el deseo de que la luz penetre hasta el último rincón de la estancia. Los árboles me parecen de otro color y las blancas fachadas se me antojan más azuladas, tal vez sea por el reflejo del Sol…
Anoche soñé otra vez con él… afortunadamente no se ven los sueños…

El kiosquero en una ocasión me dijo que el amor tampoco se ve… no lo creo, el amor se ve en esa persona que nos da los buenos días desinteresadamente, o aquella otra que nos brinda su sonrisa al cruzarnos con ella sin esperar nada a cambio, en aquellos que se interesan por nosotros cuando nos ven tristes, cuando nos ofrecen su apoyo cuando más lo necesitamos, cuando nos recuerdan en ocasiones especiales… el amor se ve… y ¡ay de nosotros si dejamos de verlo!
Me viene al pensamiento Bonifacia, abnegada señora que a sus cuarenta y muchos años… se siente en medio de la nada. Lleva toda la vida en el barrio y jamás ha tenido un mal gesto para los demás, pero cuentan que su vida familiar se ha convertido para ella en una auténtica cárcel, un marido déspota y unos hijos egoístas hacen de su existencia un autentico infierno.
Bonifacia se pasa la vida pensando en su libertad y ese planteamiento le produce un malestar tremendo, se dice a sí misma una y mil veces que es incapaz de vivir lejos de las personas a las que quiere por encima de todo aunque ella no se sienta amada…
Pasa horas asomada a su ventana echando a volar su fantasía ¡ay de ella si se pudieran ver sus pensamientos!
Hoy subió al torreón de la Iglesia ante las miradas curiosas de los viandantes, dicen que a medida que subía las escaleras tarareaba la canción de “María se bebe las calles” una vez arriba y teniendo a todo el barrio a sus pies se permitió un pensamiento… ¡Quién sabe! Quizás un día…
XVII – Quizás un día el Kiosquero…
Caminaba por el andén casi a oscuras, solo el viejo farol que pendía de uno de los extremos de la estación permanecía encendido, los demás habían servido de diana a las piedras lanzadas por los chicos que buscan refugio en las sombras para ocultar sus citas amorosas.
Estaba a punto de amanecer y solo se oía el sonido de mis tacones emitiendo un ensordecedor eco que hasta a mí hacía estremecer. Una figura masculina se me acercaba, no podía distinguir si era joven o viejo ya que una densa niebla que avanzaba por los raíles del tren me impedía distinguirlo, respiré aliviada cuando pasó junto a mí perdiéndose en la espesa nube.
Solo pasaron unos segundo cuando oí a mi espalda una voz autoritaria que ordenaba que me detuviese, mis manos se aferraron con fuerza a la pesada maleta que arrastraba y traté de apresurar el paso, pero como en un zarpazo alguien me sujetó por el hombro impidiéndome marchar, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y al tratar de forcejear la maleta se abrió, estaba a punto de desmayarme cuando sentí como me colocaban las esposas, no podía apartar la mirada de aquella maleta que dejaba al descubierto el cadáver del kiosquero; aquellos hermosos ojos verdes se habían convertido en dos cuencas vacías y sus carnosos y rojos labios se tornaron de color púrpura… aterrorizada quise escapar pero dos policías me tenían sujeta, solo veía una salida, la vía, sí, eso, lo pensé en un segundo y me lancé a ella tras oír un estridente sonido que aceleró el palpitar de mi corazón… lo siguiente que recuerdo es mi habitación y a mi sentada en la cama completamente temblorosa tratando de soltarme de los flecos de la colcha, que al haber enredado mi mano derecha quedaba totalmente atrapada impidiéndome apagar el timbre del despertador, que si bien, por lo general me resulta de lo más desagradable, en esta ocasión sonó en el momento más oportuno.
Más serena me preguntaba cómo era posible que la ausencia del kiosquero me estuviese jugando esta mala pasada. ¿Será posible que dentro de mí esté creciendo el anhelo de tenerle cerca? ¡Quién sabe! Quizás un día…
XVIII – Quizás un día el destino…
Aquel día sentí una terrible frialdad en mi rostro, caminaba sin sentido, a veces ni me percataba de la callejuela que tomaba para llegar a mi destino, mi destino, como si lo supiera… hubo un momento en el que me sentí perdida, los recuerdos afloraban en mi mente agujereándola sin piedad, quise huir de ellos pero volvían cada vez con más intensidad.
El vaho se confundía con el humo de los cigarrillos, alguien se me acercó para pedirme fuego y al comprobar que no estaba fumando se alejó disculpándose.
No sé cuánto tiempo permanecí caminando de un lado para otro soportando el helor que calaba mis huesos.
Sin darme cuenta llegué hasta el cementerio y allí en la enorme verja me así a sus barrotes, solo se veían sombras deambulando a las que quise dar forma sin conseguirlo. Permanecí largo tiempo sintiendo la humedad cada vez más insoportable pero la atracción que ejercían aquellas lápidas me impedían alejarme, entonces fue cuando vi una luz envolvente que me hizo estremecer y pensé ¡Quién sabe! Quizás un día…
XIX – Quizás algún día encuentre lo que busco…
¿Qué voy a hacer con mi vida? es la pregunta que me hago cada mañana al abrir los ojos. Me gustaría quedarme acostada, quieta, olvidándome de todo y de todos… pero la insistencia del despertador me obliga a emprender la monótona tarea que viene repitiéndose desde hace no cuantos años…
Al menos antes tenía un sentido, ahora no le veo sentido ni a mi propio existir. Recuerdo aquellos días que lo primero que hacía al levantarme era correr hasta la ventana, aspiraba feliz el aire fresco de la mañana y buscaba con la mirada el viejo kiosco esperando que desde allí él me enviara un saludo con la mano, ese gesto generaba en mi una buena dosis de energía haciéndome ver la vida de un modo totalmente diferente.
Anoche volví a casa caminando, tomé el trayecto más largo, no me apetecía encontrarme con las cuatro frías paredes que me hablaban en todo momento de mi soledad. Perdida en mis pensamientos fui a parar a un callejón sin salida, al volver sobre mis pasos tropecé con una sombra, no tenía rostro y su respiración llegaba hasta mi demasiado agitada, quise huir pero mi cuerpo quedó paralizado, inmóvil, la gigantesca sombra fue acercándose cada vez más, sentí un peso asfixiante en el pecho, como si me cubriera una pesada losa, de pronto, su repugnante aliento sobre mi rostro balbuceaba unas palabras inteligibles de las que solo entendí: “Sé lo que buscas” y su risa sonó estridente inundando mi alcoba… Me incorporé bruscamente en la cama y me dije ¡Quién sabe! Quizás un día…
XX – Quizás algún día haya un después…
Siempre hay un antes y un después, eso es lo que pensaba cuando con la frente apoyada en el cristal de la ventana, veía como jugueteaban las gotas de rocío que por él se deslizaban, me fijé que curiosamente mientras unas se unían emprendiendo el mismo camino, otras emprendían caminos opuestos, yo diría que era o es una imagen exacta de la vida misma…
Me encontraba demasiado absorta en mis pensamientos para oír el timbre del teléfono que no paraba de sonar y fue el del móvil el que me hizo reaccionar con sorpresa al ver el número. No podía ser, era él, creía que ya no se acordaba de mí, contesté tímidamente: - ¿Si? – Él, muy eufórico, me deseó las felices fiestas y acto seguido me invitó a cenar, le pregunté qué cuando había vuelto, me contestó que llegó en la madrugada y que deseaba verme; el corazón comenzó a latirme fuertemente y al poco sentí una actividad que no había sentido desde hacía algunos meses.
Faltaba poco tiempo, había mucho que hacer, me miré al espejo y… ¡Qué horror! ¡Qué pelos! marqué el número de la peluquería y pedí hora casi suplicando que fuese lo más temprano posible; lo siguiente que hice es repasar el armario, nada me parecía lo bastante apropiado, pero tuve que conformarme, ya se sabe… la crisis…

Después de pasar varias horas de lo más ajetreada llegó el momento, me miré una y otra vez al espejo para aceptarme a mí misma y la verdad es que aunque no me veía demasiado mal solo me preocupaba como me vería él.
Salí a la calle, todo eran luces de colores y los villancicos sonaban de fondo a través de los altavoces instalados en la plaza. En el aire se mezclaba el aroma de castañas asadas junto al que desprendía las chimeneas de los hogares. Caminé con paso presuroso hasta llegar al mesón donde habíamos quedado, una vez allí busqué con la mirada y… no le veía, miré el reloj y habían pasado cinco minutos de la hora acordada, pensé que no habría tenido paciencia, comencé a ponerme nerviosa y de pronto una mano me asía por la cintura, giré sobre mí misma en un gesto casi violento y allí, frente a mí, solo a unos centímetros de mi rostro estaba él, sonriendo, y casi sin darme cuenta me besó, no hizo falta decir nada, sin dejar de mirarme me acompañó hasta la mesa y cuando fue a entregarme la carta me preguntó - ¿Qué diario desea leer esta mañana, señorita? – Reí divertida, - No dejarás de ser el Kiosquero – le dije, él sonriendo contestó: - Mientras que sea tu único kiosquero en lo que resta de vida… - a lo que yo respondí: ¡Quién sabe! Quizás un día…

 
FIN©

viernes, 13 de enero de 2012

EVASIÓN


Las tardes se diluyen adormecida en mi viejo sillón,
de vez en cuando mis ojos se entre abren en un agónico esfuerzo.
No deseo despertar para no encontrarme con mi realidad,
una realidad encarnecida que me anula como ser.
...
El mar se oye a lo lejos en su lucha contra las rocas
y mi pensamiento vuela deseoso al acantilado,
allí, siento la brisa sobre mi piel y el deseo de libertad.
...
El cielo deja escapar de vez en cuando un rayo de luz,
tenue, casi sin vida, pero lo suficientemente potente…
como para hacerme despertar de mi letargo.

 Rosi Estorach


martes, 3 de enero de 2012

CARTA DESESPERADA

Me siento mal, tan mal… que desearía desaparecer de una vez por todas. La vida ha sido injusta conmigo ¿Por qué? ¿Por qué todos la prefieren a ella? Su frescura es tan artificial como la piel que la envuelve, en cambio yo… poseo la frescura natural, la frescura deseada durante años y ella está ahora usurpando mi lugar, el que siempre ocupé. La odio, la odio con todas mis fuerzas.

Siempre me tocaron manos fuertes, me acariciaron bocas sedientas… y ahora… solo ella es la que existe; mientras tanto, yo observo a distancia sufriendo el desprecio y el abandono. No se si podré seguir soportándolo, no hay derecho a que yo, el botijo de siempre, sea sustituido por la botella de plástico.